Después de bebernos el trago amargo de un adiós físico.
Con todo el corazón le decimos adiós a un gran padre, acompañante, un amor, sobre todo a un abuelito, mi abuelito Juan Antonio Muñoz Armijos.
Fueron noventa y nueve años de sabiduría, de errores y de arreglos, de juegos y de aciertos; de luchas, de fracasos y de éxitos.
Describirlo sería ilógico, porque todos podíamos notar sus ojos, cuyo café se tornaban titilantes al nombrar a su amor, Elvita.
Pero ya están juntos de nuevo y de la mano.
Y como no notar su carácter y temperamento, dignos de un Muñoz.
Al igual que sus manos, armas de trabajo duro,
imparable e incansable, eran armas de amor, de calor y de lucha.
Y su sonrisa, oh su sonrisa. Esa sonrisa que era pura, infinita y consentida...
Hoy abuelito mío, le decimos adiós, y que el sentirnos orgullosos de ser parte de usted llegue hacia donde se encuentre.
Con un beso al aire y un lo amamos de manera sincera, sean los indicativos para sobrellevar su partida.
Y como dijo un gran maestro Shuar, "las almas ya sabias por el tiempo, no perecen; sólo se jubilan de esta vida terrenal para en lo alto o en aquel lugar, puedan vigilar los pasos de nosotros, los mortales."
Y con su amor pedir perdón o perdonarlo ante cualquier error,
y que se convierta en nuestra fuente para unir a esta familia disgregada por el tiempo y la vida;
en especial, convertirse en nuestro protector, en nuestro ángel y nuestra luz.
Gracias por todo abuelito, por todo lo bueno, lo malo, gracias por lo real, por las historias contadas e inventadas, gracias por los consejos y las palabras sabias.
Gracias por sus quejas, sus risas, sus enojos, sus bromas y su corazón único, brillante e infinito y hasta pronto Juanito, hasta pronto amor mío.
De su nieta María José López Muñoz.
Agosto 5, 2014